He de pedir perdón por haber olvidado la alegría…
me lo dijo un niño ayer,
que ganaba el campeonato mundial
con un balón de periódicos y viejos trapos,
en un rincón de un negro garaje de ciudad…
He de pedir perdón por haber olvidado sonreír…
me lo mostró un niño ayer,
en una fotografía del hambre en África
que enarbolaba una sonrisa por un trozo de chocolate
como único rastro de vida, aún con vida…
He de pedir perdón por haber olvidado compartir…
me lo dijo un niño ayer,
dando un trozo de su galleta a un cachorro de perro callejero,
que canjeó antes por unas lamidas y miradas de aprecio.
He de pedir perdón por haber olvidado soñar…
me lo recordó un niño ayer
que logró que el autobús pasara por Marte,
diera la vuelta en Júpiter y aterrizara en la Luna
para comprar chocolate como combustible…
y todo lo hicimos sin casco ni cinturón de seguridad.
He de pedir perdón por haber olvidado amar…
ya me lo habían dicho mis dos hijos
cuando perdonaron mis torpes intentos de ser padre
tan solo por que me amaban…
En resumen…he de pedir perdón
por haberme creído la vieja historia,
de que crecer o ser adulto,
ese complejo de fruta
que nos lleva a una madurez estúpida,
es tener que olvidar
ser niño…
Girola 2015
sábado, 7 de febrero de 2015
jueves, 5 de febrero de 2015
Cosas del abolengo
Alfonso Ludovico Juan María de la
Sagrada Concepción Averastellán Mondregón del Castillo, falleció a los cincuenta y dos años de edad.
Llorado por las más ilustres familias
montevideanas, su sola presencia
representaba el último vestigio palpable de la nobleza de la madre patria en
nuestras tierras.
Descendiente
de los Averastellán de Caltagua de la Fontera y Duque
por consanguinidad; Don Alfonso llegó a estas tierras a la edad de dos años a
bordo de la Fragata Real “La Divina Comedia”, en brazos de su madre: Doña
Eleonora María de Fátima de la Sagrada Concepción Mondregón del Castillo De los
Palacios
Hasta
Montevideo habían llegado para supervisar las tierras que le fueron adjudicadas
por el Virrey de Montevideo (a pedido o imposición del Rey, en agradecimiento por los servicios
prestados a la Corona) a Don Alberto Averastellán De
Latorresanta. Éste había salvado la vida del Rey, cuando en acto heroico
antepuso los intereses de la Corona a su propia vida.
Con su sola diestra salvó al Rey de caer en las traicioneras
garras de la Reina que sufría de una histeria inexplicable, de quién se daba
por seguro lo mataría esa misma noche luego de demostrar sus debilidades como
gobernante.
La Reina poseída por quién sabe
que maleficio, denunciaría ante la corte haberlo encontrado entre dos miembros
de Satán, desenvainando su espada y ofreciéndola a éstos, por un favor del averno.
Esa noche entre
la descontrolada multitud se encontraba Alberto (luego Averastellán De Latorresanta), el paje del Arzobispo. Paje desde que era niño,
vivía aterrado por la sola idea de llegar a ser castigado por su amo. Tan solo
le bastaba a tan ilustre personaje (el amo), dirigir su mirada hacia donde se
encontraba Alberto, para que éste en un acto-reflejo, alzara su diestra para
que el Arzobispo pudiera fijar su posición y comprobar su servil condición de
siempre atento.
El Rey hizo su aparición en la sala acompañado de Shazán, la hija del herrero
árabe del Castillo. Todos reaccionaron asombrados menos el escriba, quién había
registrado la denuncia de la Reina ya con anterioridad. Éste, incondicional al
Rey, se había permitido algunos cambios en la trascripción de la denuncia real,
que terminó generando este alboroto.
En realidad la Reina quería
denunciar al Rey, por haberlo
encontrado entre los miembros de Shazán, desenvainando su estaca y ofreciéndola
a ésta, por un favor de invierno, y no en lo finalmente registrado: haberlo
encontrado entre dos miembros de Satán, desenvainando su espada y ofreciéndola
a éstos, por un favor del averno.
El Rey,
hábil político, ya confabulado con el herrero y el Arzobispo, clamó: _¿Quién ha
sido el infame caballero que privó de su inocencia a esta dulce damisela, para
luego, en miserable actitud, huir en la noche cual despiadado ladrón obligándome
a confabular con dos sabuesos para ir en su búsqueda?_ No tuvo más el Arzobispo que mirar a Alberto,
para que éste, por su acto-reflejo, alzara presuroso su diestra.
La reina
recluida por herejía, Alberto encerrado y Shazán desaparecida…
Ciento
ochenta días se devoraron las críticas, insultos, chimentos y demás
escandalotes de la Corte, hasta que por fin -amnesia cortesana de por medio- cada uno obtuvo su
recompensa. Alberto y Shazán, sus
títulos nobiliarios y algunas tierras
que justificaban la existencia de los mencionados títulos. Fueron enviados al
Río de La Plata que era lo mismo que lo más lejos posible. Al padre de Shazán, la confirmación de
herrero incondicional de la corte y al Escriba, lo retiraron a un castillo de
verano del Rey.
Otra noble
descendencia que llegaba hasta estas tierras para satisfacer las ambiciones de
abolengo de los nobles ciudadanos ilustres del Río de la Plata.
Aún hoy se
lo recuerda como el ilustre Duque de Caltagua de la
Fontera por aquellos que nada son y mucho poseen.
Y bueno...
entre llantos y actos de honor, fue enterrado Don Alfonso Ludovico Juan María de la Sagrada Concepción Averastellán
Mondregón del Castillo, ilustre ciudadano forjador de la identidad nacional, fallecido a los cincuenta y dos años de edad,
intoxicado por una lata de caviar del Mar Negro comprada de contrabando en el
Chui... cosas del abolengo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)