martes, 3 de junio de 2025

Recordar la historia

Recordar la historia es perpetuarla historia. La historia se transmite sí, pero más con las acciones cotidianas que con el recuerdo.

La historia asimilada es presente. Cuando a tus actos los conforma tu historia deja de ser historia y es presente constructivo. Los niños no aprenden de lo que cuentas que ocurrió, con eso elaboran probabilidades de vida, cuentos propios o fantasías. Algunos tan solo acumulan datos si es historia técnica. Aprenden de lo que haces, porque entienden que lo conforma tu historia. Así es que la historia del miedo prevalece a la historia de la valentía, que por lo general, son historias de otros que contamos como nuestras... nos apoderamos de valentías ajenas y nos empoderamos valientes… pero poco tiene que ver con los que somos día a día.  Por ello hay tan poco mártir y tanto cuentacuentos. El cine satisface a los que viven del miedo porque los transporta a creerse protagonistas de la valentía  y el deporte hace vencedores a los fanáticos seguidores, que son perdedores en lo diario. Recordar la historia puede ser un engaño si no es presente activo en tu ser cotidiano.       

Nunca recuerdo lo leído...

 Nunca recuerdo lo leído, los nombres de lo que he visto o donde he estado. No recuerdo ni haber leído… creo que ni me importa saberlo o recordarlo. Tan solo cuando escribo y me leo, reencuentro todo aquello que he absorbido, y que lejos de ser memoria, es mi sangre, sudor y cuero; es mí ser conformado por todo aquello. Qué necesidad tengo de acordarme de todo ello, si soy aquello que no recuerdo y que fue el motivo de aquel encuentro.     

Intento vivir y muero... apasionadamente muero.

 

Intento vivir y muero... apasionadamente muero.

Solo al saberme vivo comprendo que muero

y apasionadamente vivo consciente que muero.

Muero también,

al saberme vivo junto con ellos…

los que transforman en mato al muero.

Hortelanos del miedo, infectos del poder,

discapacitados de sentimientos, ignorantes absolutos…

los que transforman en mato al muero,

que se ven dioses siendo seres decrépitos,

deshecho moral y ético de una sociedad ignorante.

De los miserables, lo más cobardes,

que ni siquiera dicen mato, que mandan a por ello,

hasta matan al que mandan para matar

y esconden el yo mato

entre sus laberínticos judiciales procesos.

Y más aún muero

cuando el ignorante que reboza conocimiento

justifica el matan, así yo no muero.

Cuando idolatran al mato

por sentirse cuidados de sus miedos

y sin empuñar arma alguna, mato igual que ellos.

Intento vivir y muero... apasionadamente muero.

Solo al saberme vivo comprendo que muero

y apasionadamente vivo consciente que muero.