jueves, 10 de abril de 2014

Del Araguaney...

Cuando intenté juntar las sílabas
para perpetuar el amarillo del Araguaney,
la sangre del Ceibo trepó a mi memoria,
me golpeó un lila de cardo que trajo el viento
y un aroma a carqueja abrazó mis sales, todas.
El amarillo del Araguaney,
en donde quiso siempre vivir el Araguaney,
de cuando está en donde se le denomina autóctono,
se recuesta sobre los verdes más nobles
que una escala de colores pueda imaginar,
y juega con una variedad de matices jamás igualada
en parte alguna de este Planeta.

Ese amarillo allí, en dónde existe el Araguaney,
en donde quiso siempre vivir el Araguaney,
de cuando está en donde se le denomina autóctono,
es abrazado por esos verdes y remontado hacia las pupilas,
con toda la energía de la felicidad plena de su sangre y su tierra.
Por ello el Ceibo llamó a mi memoria…el sabe de destierros,
los de a caballo y los de avión…de todos ellos sabe el Ceibo.
Al cardo me lo arrojaron, para dar el pinchazo tupido,
como esos que da en los tobillos cuando ronronea en el campo,
campo que ha sabido de entierros y me lo recuerda pinchando.
La carqueja que tanto alivia vino a aflojarme las tripas,
que tiesas y enmohecidas deja el recuerdo, cuando el cardo pincha.

Cuando intenté juntar las sílabas,
para perpetuar el amarillo del Araguaney,
la sangre del Ceibo trepó a mi memoria,
me golpeó un lila de cardo que trajo el viento
y un aroma a carqueja abrazó mis sales, todas…
todas…pero esta vez, me encontró despierto.





martes, 8 de abril de 2014

La primera vez que me vi...

Siempre dispondrá la vida de algún segundo
para escribir la poesía más bella,
por ello me permito recordar a tiempo perdido
y gozar a niño los pasos digeridos a gozo,
como aquella primera vez que me vi…

La primera vez que me vi
me sonrojé casi ingenuo
al verme tan importante,
tan amado y amable,
tan querido y querible
tan deseado y deseable.
Así supe que amaba,
quería y deseaba,
esa primera vez que me vi.

La primera vez que me vi
sonreí de verme Gulliver,
sentirme David y no Goliat.
Tan importante como valiente,
empapado a ternura
en ovillo de sonrisa eterna,
de pantalla no ancha mas profunda,
y tan honda que abraza…
esa primera vez que me vi.

La primera vez que me vi,
no sabía que así era,
no sabía que existía tanto
para tan poco yo,
y tan de tanto en que me miraba.
Aprendí a saberme
a sentirme y hasta olerme,
con paso de avance,
esa primera vez que me vi.

Y ya sin importar
ni el cuando ni el como,
ni el dónde ni el cuál,
tan solo la alegría,
la canela y la sal,
el viento y el mar,
la luna y el sisal
si fue ayer o al comenzar,
esa primera vez que me vi.

Y no fue en una gran sala
adornada de majestuosos espejos,
ni en el vidrio de la gran puerta de entrada.
No fue reflejado en un metal cromado
o en un bronce lustrado,
ni en un baúl de nácar
o un suelo encerado,
ni en un lago helado,
ni en un lirio o en un pantano.

Recuerdo si,
a fuego y risa,
bordona y fango,
vinagre y col,
alba y ocaso,
que reflejado en tus ojos
fue aquella primera vez
que me vi…