martes, 8 de abril de 2014

La primera vez que me vi...

Siempre dispondrá la vida de algún segundo
para escribir la poesía más bella,
por ello me permito recordar a tiempo perdido
y gozar a niño los pasos digeridos a gozo,
como aquella primera vez que me vi…

La primera vez que me vi
me sonrojé casi ingenuo
al verme tan importante,
tan amado y amable,
tan querido y querible
tan deseado y deseable.
Así supe que amaba,
quería y deseaba,
esa primera vez que me vi.

La primera vez que me vi
sonreí de verme Gulliver,
sentirme David y no Goliat.
Tan importante como valiente,
empapado a ternura
en ovillo de sonrisa eterna,
de pantalla no ancha mas profunda,
y tan honda que abraza…
esa primera vez que me vi.

La primera vez que me vi,
no sabía que así era,
no sabía que existía tanto
para tan poco yo,
y tan de tanto en que me miraba.
Aprendí a saberme
a sentirme y hasta olerme,
con paso de avance,
esa primera vez que me vi.

Y ya sin importar
ni el cuando ni el como,
ni el dónde ni el cuál,
tan solo la alegría,
la canela y la sal,
el viento y el mar,
la luna y el sisal
si fue ayer o al comenzar,
esa primera vez que me vi.

Y no fue en una gran sala
adornada de majestuosos espejos,
ni en el vidrio de la gran puerta de entrada.
No fue reflejado en un metal cromado
o en un bronce lustrado,
ni en un baúl de nácar
o un suelo encerado,
ni en un lago helado,
ni en un lirio o en un pantano.

Recuerdo si,
a fuego y risa,
bordona y fango,
vinagre y col,
alba y ocaso,
que reflejado en tus ojos
fue aquella primera vez
que me vi…

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