Tal vez sea la ignorancia, esa característica poco elegante
de transitar la vida a modo de ingravidez consciente que permite, por el solo
hecho de imitar o repetir arquetipos, sentirse protagonista o hasta válido como individuo…hacedor, independiente, libre, auténtico… y en muchos
casos hasta creativo. Vivir en lo predecible bajo una somnolencia o embriaguez,
con matices de tontería, para alcanzar el umbral del fin etiquetado con un
código de barras que les designa aptos para el consumo social. En las sociedades occidentales que tienden a
expandirse por medio de la información condicionada que promueve la cultura del
facilismo, socialmente se muere si se deja de consumir. Para ello se canjean
horas de vida por dinero o números financieros. Veinticinco años de vida para poder ser una
herramienta útil y treinta y cinco años funcionando como tal herramienta. Total
sesenta años. Todo para alcanzar esa llamada “libertad” subyugada a la recompensa
alcanzada, la capacidad de los Estados de responder a las mismas y en momentos
que podríamos decir… eres esclavo del transcurso del tiempo…Solo el ignorante
sobrevive, poco elegantemente, a esto.