jueves, 5 de febrero de 2015

Cosas del abolengo

Alfonso Ludovico Juan María de la Sagrada Concepción Averastellán Mondregón del Castillo,  falleció a los cincuenta  y dos años de edad.
 Llorado por las más ilustres familias montevideanas,  su sola presencia representaba el último vestigio palpable de la nobleza de la madre patria en nuestras tierras.
Descendiente de los Averastellán de Caltagua de la Fontera  y  Duque por consanguinidad;  Don Alfonso  llegó a estas tierras a la edad de dos años a bordo de la Fragata Real “La Divina Comedia”, en brazos de su madre: Doña Eleonora María de Fátima de la Sagrada Concepción Mondregón del Castillo De los Palacios
Hasta Montevideo habían llegado para supervisar las tierras que le fueron adjudicadas por el Virrey de Montevideo (a pedido o imposición  del Rey, en agradecimiento por los servicios prestados a la Corona) a Don Alberto Averastellán De Latorresanta. Éste había salvado la vida del Rey, cuando en acto heroico antepuso los intereses de la Corona a su propia vida.
Con su sola diestra  salvó al Rey de caer en las traicioneras garras de la Reina que sufría de una histeria inexplicable, de quién se daba por seguro lo mataría esa misma noche luego de demostrar sus debilidades como gobernante.
La Reina poseída por quién sabe que maleficio, denunciaría ante la corte haberlo encontrado entre dos miembros de Satán, desenvainando su espada y ofreciéndola a éstos,  por un favor del averno.
Esa noche entre la descontrolada multitud se encontraba Alberto (luego Averastellán De Latorresanta), el paje del Arzobispo. Paje desde que era niño, vivía aterrado por la sola idea de llegar a ser castigado por su amo. Tan solo le bastaba a tan ilustre personaje (el amo), dirigir su mirada hacia donde se encontraba Alberto, para que éste en un acto-reflejo, alzara su diestra para que el Arzobispo pudiera fijar su posición y comprobar su servil condición de siempre atento.
El Rey  hizo su aparición en la sala  acompañado de Shazán, la hija del herrero árabe del Castillo. Todos reaccionaron asombrados menos el escriba, quién había registrado la denuncia de la Reina ya con anterioridad. Éste, incondicional al Rey, se había permitido algunos cambios en la trascripción de la denuncia real, que terminó generando este alboroto.
En realidad la Reina quería denunciar al Rey,  por haberlo encontrado entre los miembros de Shazán, desenvainando su estaca y ofreciéndola a ésta, por un favor de invierno, y no en lo finalmente registrado: haberlo encontrado entre dos miembros de Satán, desenvainando su espada y ofreciéndola a éstos,  por un favor del averno.
El Rey, hábil político, ya confabulado con el herrero y el Arzobispo, clamó: _¿Quién ha sido el infame caballero que privó de su inocencia a esta dulce damisela, para luego, en miserable actitud, huir en la noche cual despiadado ladrón obligándome a confabular con dos sabuesos para ir en su búsqueda?_  No tuvo más el Arzobispo que mirar a Alberto, para que éste, por su acto-reflejo, alzara presuroso su diestra.
La reina recluida por herejía, Alberto encerrado y Shazán desaparecida…
Ciento ochenta días se devoraron las críticas, insultos, chimentos y demás escandalotes de la Corte, hasta que por fin -amnesia cortesana  de por medio- cada uno obtuvo su recompensa.  Alberto y Shazán, sus títulos nobiliarios  y algunas tierras que justificaban la existencia de los mencionados títulos. Fueron enviados al Río de La Plata que era lo mismo que lo más lejos posible.  Al padre de Shazán, la confirmación de herrero incondicional de la corte y al Escriba, lo retiraron a un castillo de verano del Rey.
Otra noble descendencia que llegaba hasta estas tierras para satisfacer las ambiciones de abolengo de los nobles ciudadanos ilustres del Río de la Plata.
Aún hoy se lo recuerda como el ilustre Duque de Caltagua de la Fontera por  aquellos que nada  son y mucho poseen.

Y bueno... entre llantos y actos de honor, fue enterrado Don Alfonso Ludovico Juan María de la Sagrada Concepción Averastellán Mondregón del Castillo, ilustre ciudadano forjador de la identidad nacional,  fallecido a los cincuenta y dos años de edad, intoxicado por una lata de caviar del Mar Negro comprada de contrabando en el Chui... cosas del abolengo. 

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