Había siempre un Ruiseñor y un tabaco
bajo la lúgubre figura de su tiempo.
Cinco estancias a cada lado de su pecho
marcaban el origen de su compartida vida.
Un año de azules y cinco de firmamentos
cocían su almanaque de recorrido lento.
Cuanta espera puesta a pleno vuelo,
cuanta razón empotrada en los pimientos,
que jugando en el plato, le hablaban de sabores viejos...
Parecido era a aquel, el de las fauces de cemento,
pero ni calco ni espejo,
pudieron corroborar el aprecio.
No era aquel, y el otro menos,
era éste que no es siquiera
éste otro...
jueves, 16 de julio de 2009
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