“Pertenezco a una generación que quiso cambiar al mundo…”
Siempre las pequeñas frases han cautivado mi atención, creo que en ellas reposan los grandes mensajes debajo de sus formas inconscientes. Pepe iniciaba así una conversación y siento que en este pequeño fragmento hay todo un concepto. Pareciera que la intención en tiempo pasado determina el tiempo presente. Una generación quiso cambiar el mundo y que fue “aplastada” determina el fin de la acción…y no es tan errado. Pareciera que las generaciones actuales no tienen como premisa cambiar el mundo, más bien buscan engancharse a él y este pequeño hecho que pareciera inofensivo es fundamental. Nadie se enganchará a aquello que cree que le favorecerá menos y en una cultura del consumo donde el dinero es el nuevo credo, la imagen y la pertenencia a los ciberespacios son el estatus social elemental, no es difícil saber por qué se habla en pasado. Entre cambiar el mundo y engancharse a él hay una diferencia conceptual que no es menor… te subes a un vehículo que pasa para supuestamente llegar donde pretendes, no buscas o analizas el mejor camino… eres llevado. Esa acción constructiva y creadora, es la generadora de nuevos aprendizajes de las distintas formas y de aquello que llamamos evolución. Ya la sustitución de la vocación por la acumulación de conocimiento a la hora de poder acceder a una carrera universitaria marca un vuelco en la evolución de los sistemas. Esto allana el paso a la I.A. que no compite con el humano, simplemente lo aplasta, al eliminar la vocación como precedente del conocimiento. Porque es esa vocación, ese amor a la propia convicción e ideología, la que genera cambios sustanciales en beneficio a los resultados humanitarios y sentimentales en los que se ve envuelta toda acción social. Si el único fin es la maximización y rentabilidad de los sistemas, los perjudicados son el Ser Humano y su mayor legado, que no es otra cosa que la cultura.
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