Quise sombrear la tiniebla para que no durmieras,
e insomne; dudé en buscar lumbre.
La higuera urticante bañó los recuerdos
y una infancia se abalanzó sobre mi osamenta
en busca de verdades ya obsoletas.
¡No me creo! Ya que no creo el credo ni el latifundio
que acorrala desiertos interminables de almas vacías.
Creo en mí, pero tan solo y solo, que deshecho valías,
donde se diluyen las razones para seguir ahogando alegrías
bajo realidades que aplastan lo más infinitamente bello
que puede ser la vida misma balando sobre un agonizante verdeo.
Ya al final de todos los finales
continúo enlazando aves para izar miradas.
Voy hasta el niño… y no regreso.
Me acurruco entre sus alegrías
y ni siquiera bostezo para no mostrarme
cual vetusta herramienta fallida
en el taller de los remiendos.
Quedo allí, donde la vida ama sin saberlo,
donde se ríe más que se respira,
donde se agradece a la vida
cada segundo de obsequio.
Donde el juego es disfrutar
y la vida transitar.
Donde no se poseen objetos,
ni otros individuos
de uno u otro género.
Ya duele tanto el vivir,
que se asevera hasta a la mentira.
Quise sombrear la tiniebla para que no durmieras,
e insomne; dudé en buscar lumbre...
que es primero la luz, que la tiniebla.
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