Cayó silencioso tu llanto
pero rotundo sobre mi conciencia;
tu primer llanto salpicado en placenta,
tu aparición, tu presencia eterna.
Los dos soles azules
portadores de la anhelada sonrisa,
quebraron el negro del hastío
y hablaron de caricias eternas.
Las seis cuerdas se trenzaron
jalando de mi alma
hasta el diapasón de mis fuerzas
y prosiguieron mis botas
estrujando la tierra,
bajo aquel Sol,
sobre aquellas pendientes,
que pretendieron borrar mis huellas...
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